La llegada a la familia, de un nuevo miembro, que padece de alguna discapacidad, es muchas veces un acto inesperado para todos en el hogar, pero no solo resulta difícil para la familia, también resulta difícil para la escuela, la iglesia y la sociedad. Generalmente no estamos preparados para dar una atención sin mostrar lástima. Los padres se sienten temerosos de enviar a sus hijos a la escuela dominical, pues temen por la discriminación de otros niños y no están seguros de que los maestros les puedan atender y recibir bien, por lo que deciden mejor no enviarlos.
Hace algunos años, leí un libro que se titulaba "el amor siempre tiene la razón", en definitiva esta es una gran verdad. Cuando amamos a las personas independientemente de su condición, nos es más fácil ayudarles, integrarles, aceptarles, verles con los ojos de Jesús. Y esto no se trata únicamente de personas con discapacidad, es tener estas actitudes con todos aquellos que son diferentes por diferentes razones.
El mensaje de la Biblia desde el comienzo es un mensaje integrador, la salvación que Dios dispuso era para todos, niños, jóvenes, ancianos, hombres y mujeres, personas con discapacidad, sin importar su pasado, con enfermedades como la lepra y otras que en su momento era de repulsión para la sociedad. Pero Dios se presenta como el Señor de todos, no es exclusivo de unos pocos, no rechaza a los que el hizo diferentes, y es en esa misma forma que espera que todos actuemos, integrando a todos a la gran familia de Dios, su iglesia.
Como iglesia debemos prepararnos para atender con amor a todos, debemos estar dispuestos a invertir recursos para contar con las condiciones que faciliten la presentación del evangelio, la formación y la vida en comunidad de las personas que vienen con alguna discapacidad, sean estos niños, jóvenes y adultos. También debemos enseñar a los niños, que Dios nos ha hecho diferentes y que el ama a todos, por lo tanto, ellos también deben mostrar ese amor genuino a todos. Así cuando llegue un niño con discapacidad, para ellos no será difícil asimilarlo.
A los padres, debemos apoyarles. Hay un trabajo doble en casa, agotador en muchas ocasiones, que desgasta no solo físicamente, si no emocionalmente. Ante esto seguramente nunca un niño con discapacidad faltará en reuniones donde andan sus padres, pensemos como proveerles del apoyo que ellos requieren para que puedan participar como es debido, sin excluirles por su condición.
Invertir dinero, tiempo, palabras de ánimo, una llamada, son cosas que me han desafiado últimamente. Jesús amó a la gente, su amor hizo que se diera por completo. Esto mismo es lo que el espera que hagamos nosotros, que nos gastemos amando a la gente, ayudándoles, identificándonos con sus luchas. No críticas y juicios. Amemos y seguramente más estarán dispuestos a seguir a un Dios que tiene sus brazos abiertos a través de nosotros para recibirles y apoyarles. Las invito a mirar a su alrededor y observar las madres y sus hijos con discapacidad, podemos acercarnos y mostrarles el amor de Dios, amémosles no con lástima, si no con el amor que Dios desee que amemos a todos.